20061212

LUCES Y VISTAS DE PARIS

ISAAC VILLAMIZAR

París es una ciudad hecha para el placer visual. En toda su extensión, en toda su arquitectura, en todos sus atractivos, esta urbe, en su aspecto turístico, está organizada para disfrutar plenamente de su vistas y de sus luces, llenas de magia, glamour y hechizo. Creo que esta ciudad lo enlaza, lo amarra, lo atrapa a uno de tal manera, que siempre se evoca la necesidad de volver a su encanto. Hay algunos sitios emblemáticos donde este placer se puede sentir con mayor éxtasis. Estar en París requiere de sentarse en las escalinatas del Sacre Coeur, para admirar todos sus puntos cardinales y recordar que allí, en Montmartre, en su camposanto, descansan los restos de Alphonsine Duplessis, la Dama de la Camelias. Recostarse en las paredes de la terraza del Arco de Triunfo, le hace comprender a uno el por qué de la denominación de Plaza de la Estrella, donde este monumento se ubica, y desde donde, cual haz de un brillante lucero, irradia cada una de las avenidas más anchas e importantes de la ciudad.

Quizá de los placeres más agradables que he disfrutado como viajero ha sido el vivido intensamente la noche del 4 de Agosto del 2001. Mi vista contempló tres maravillas que permanecerán imborrables, inmodificables, permanentes en mi memoria. Fue la de hacer un tour nocturno y consecutivo por la Torre Eiffel, el río Sena y el cabaret Lido. Todo comenzó a las 6:30 p.m. cuando, junto con mi esposa y mi padre, llegué a la Agencia Francia Tourisme. Era un placer muy costoso, pero tal vez más nunca tendría otra oportunidad. El boleto, concretamente, incluía una cena en el restaurante del primer nivel de la Torre Eiffel, un paseo nocturno por el río Sena, y la entrada y mesa en primera fila, con champaña, en el espectacular y famosísimo club nocturno Lido.

Era la segunda vez que ascendía a la Torre Eiffel. Estaba engalanada, en toda su altura, con sus reflectores. Por estar en la temporada de verano, aún se podía disfrutar a esta hora de la transición de la tarde a la noche, lo que nos permitió ampliar la visión por los cuatro costados de la torre y ver a París encenderse en ciudad luz. ¡Qué fastuosa se ve la metrópoli desde este primer nivel! A las 8:30 de la noche

la gastronomía francesa nos deleitaba en el Restaurante Altitud 95. Salmón y pollo, junto con vino de la casa, degustábamos al lado del ventanal que nos colocaba a París bajo nuestros pies. Magnífica vista y radiantes luces coronaban este placer.

Ya había hecho el recorrido por el Sena en visitas anteriores, pero era la primera vez que lo hacía de noche. Apreciar París con el esplendor de sus luces desde el río Sena, es algo que sólo puede ser descrito cuando se hace. Pero ello es posible cuando en ambos márgenes van apareciendo los decorados y antiguos puentes, los edificios, palacios, jardines y monumentos íconos, como el Parc du Champ de Mars y la propia Tour Eiffel, los Jardins du Trocadero, el Pont de l΄Alma, el Palais du Tokio y el Musée d Art Moderne, el bellísimo Pont Alexandre III y el emblemático Pont de la Concorde, que da acceso a la plaza homónima, la Asamblée Nationale, conocida también como Palais Bourbon, el Jardín des Tulleries, el Musée d΄Orsay y el Musée du Louvre y, finalmente, en la Ile de la Cite, la renombrada Catedral de Notre Dame. Ver este espectáculo de noche, con música parisina de fondo que se escucha en el yate, y con la descripción histórica, en diversos idiomas, de todas estas edificaciones que se oye en audífono, no puede causar otra sensación que la de una máxima exaltación.

La mujer es siempre digna de admiración. En París, podríamos decir además, es digna de encanto y voluptuosidad. Si esta divinidad se presenta en un escenario exquisitamente decorado y con una variedad de números, donde resaltan la imaginación, el lujo, la elegancia y el buen gusto, estamos nada menos que en el club nocturno más célebre de París y uno de los más reconocidos del mundo, como lo es el Lido. A la entrada, en el pasillo principal lo primero que destella es una inmensa lámpara de cristal. Al lado izquierdo tiendas de souvenirs nos invitan a llevarnos un recuerdo de la noche. El salón es de niveles. Al ubicarse el espectador en la mesa, al lado de la tarima principal, el ambiente se transforma para dar la locación adecuada al espectáculo. Las luces se van desvaneciendo, el piso va ascendiendo, las paredes se van moviendo y el show va apareciendo con toda su galanura. En el entablado exóticas mujeres, escogidas como si fueran diosas, van danzando con mallas, sandalias altas, trajes de fantasía, lentejuelas, canutillos, plumas, tocados y maquillaje de primera. Cada número supera al anterior. No se sabe describir cuál es el más impresionante. El agua, que brota de fuentes multicolores y con chorros de variada intensidad, danza como las bailarinas y dan fondo a la plataforma. De pronto, cuando todos los ojos están concentrados hacia el frente, se oscurece el escenario, y vuelve a encenderse para ver cómo una hermosísima mujer, en nave espacial, vuela por todo el escenario, flotando en el aire como una mariposa, y con luces de efectos especiales.

El punto culminante de todas estas vistas y luces parisinas ocurre cuando en plena madrugada, al salir del Lido, se pierde la mirada en reflejos fulgurantes por toda la avenida ancha y frondosa de los Campos Elíseos, tan agitada y transitada como si estuviéramos en pleno mediodía. Así es París. Así se enciende ella. Así se avista. Así destella la ciudad luz.