20060910

LOS BRITANICOS Y BUCKINGHAM

ISAAC VILLAMIZAR

En Inglaterra, país donde vivimos y estudiamos durante tres años nuestros grados de primaria, hay actitudes, gestos y lenguaje corporal que son convencionalismos sumamente respetados por el flemático inglés. Son personas muy reservadas. Evitan el entusiasmo excesivo en la conversación. No aceptan una actitud desmesuradamente amistosa, ni gesticular demasiado. Se considera grosero dar palmadas en la espalda y poner el brazo sobre los hombros. El único modo de cruzar las piernas es colocando una rodilla sobre la otra. Gritar resulta ofensivo. Si ésta es la forma común de conducirse el británico en la vida social, qué podemos imaginarnos de lo que ocurre con la realeza.

A partir de la muerte de la princesa Diana, y por las críticas que surgieron hacia la familia real, parece que la corona se acercó más al pueblo. Una muestra de ello es la apertura al plebeyo de las puertas del Palacio de Buckingham. El Lunes 20 de Agosto del 2001, en uno de mis viajes de regreso a Londres, al salir de la estación del metro o underground Victoria, tuve la inolvidable ocasión de entrar por vez primera a las instalaciones palaciegas. Buckingham Palace está abierto entre el 4 de Agosto y el 30 de Septiembre, para poder apreciar las habitaciones donde la Reina Isabel II atiende como Jefe de Estado. En este momento, la entrada costaba 9 libras esterlinas senior y 11 libras adults. De esta manera, el de sangre roja puede visitar, a nuestro juicio, el palacio más lujoso y rico de Europa. En 1826 Jorge IV encargó al arquitecto Jorge Nash que lo remodelara, y once años después la reina Victoria se instaló en el nuevo palacio. Cuando fue construido se trataba de una pequeña mansión comprada por el rey Jorge III para su mujer, la reina Charlotte. Desde 1937 ha sido la residencia principal de Elizabeth II. El esplendor se va encontrando en alfombras persas, escaleras con manillas doradas, techos labrados y pintados con oro, consolas y espejos gigantes, jarrones de porcelana china de dos metros de alto, obras de arte de Rubens y Velásquez que cubren paredes completas, lámparas y candelabros inmensos de muy fino y refulgente cristal, desvanes y juegos de sala con marcos y molduras de madera labrados y pintados en dorado, pianos de carey, pintados a mano con decoración pastel, cortinas con cenefas que visten altos ventanales, vajillas con baño de oro y comedores que exhiben jarrones de oro, con ángeles labrados y tallados. Todo ello, en Palacio, hace ver que cada objeto tiene su lugar, su historia y su por qué. Es en la Sala del Trono donde la Reina Elizabeth II y el Príncipe Phillip Mountbatten reciben a los Jefes de Estado y se atienden los asuntos oficiales. Es donde también ella entrega anualmente las condecoraciones y órdenes reales, pudiéndose apreciar allí una muestra de ellas. En cada uno de los salones hay guardias y guías, que no permiten en absoluto ninguna toma fotográfica o fílmica. Al salir de los ambientes internos, se disfruta de caminerías por los jardines, con lagos y bosques en los cuales uno se imagina a la realeza departiendo en sus ratos libres. En un salón externo, especialmente acondicionado, los turistas pueden comprar los souvenirs alegóricos a tan impresionante visita. Desde entonces, quedaría imborrable en mi memoria tanta magnificencia, tanta riqueza, tan suntuosidad, y reafirmaría en mí la lección aprendida en las aulas de mi colegio londinense, sobre el respeto que se debe guardar a Su Majestad, la Reina.