20060910

DIANA Y SU ANTORCHA

ISAAC VILLAMIZAR

El 31 de Agosto de cada año se cumple el aniversario de la muerte de Diana de Gales. Mucho se ha escrito sobre su corta vida, pasajes de cuentos de hadas, en unos momentos, e infierno soportado en medio de la opulencia, en otros. Mucho también se ha dicho sobre su muerte, rodeada aún de especulaciones por las circunstancias en que ocurrió. No es mi propósito, en estas líneas, agregar más a ello. Sólo quiero expresar los sentimientos que pueden aflorar ante una existencia tan contrastante como la de la princesa Diana, que hacen filosofar sobre el significado y efectos de dos acontecimientos ineludibles y tremendamente humanos: la vida y la muerte. Y la mortalidad de Diana es un excelente ejemplo para este análisis. Comienzan mis reflexiones el jueves 16 de Agosto de 2001, fecha en la cual, según reporta mi Diario de Viajero, tuve la ocasión de encontrarme en el Puente y Túnel del Alma, en la ciudad de París, justo a orillas del Sena. Lugar dramático éste, por ser donde oscureció la vida de Diana, al quedar incrustado en los barrotes del túnel el cuerpo magullado de la princesa. Allí hay una simbología extraordinaria. Sobre Le Pont de l Alma se aprecia una pequeña plaza, donde se levanta la llama de la libertad, réplica exacta de la flama de la Estatua de la Libertad, ofrecida por el pueblo francés al norteamericano. Es que la vida no nos hace libres, sino que desde su comienzo nos trae un nudo que nunca se desata, que es la muerte. Allí se congrega en el monumento, fotos, reproducciones de revistas y mensajes que los visitantes dejan estampados sobre la vida de Diana. Igual ocurre en los muros del túnel, donde en graffitis sus admiradores expresan espontáneamente sus sentimientos y recuerdos para la princesa. Pareciera que a través de esa antorcha se va quemando y a la vez va emergiendo toda la alegría y dolor que su personaje ha dejado en los corazones de sus súbditos. Es que Diana, desde las aulas del preescolar, donde modestamente impartía instrucción, pasó a las mansiones de la opulencia, de los palacios reales. Tal vez con ello se preparaba para morir. Porque Séneca admitió que el mejor tiempo para morir es en plena prosperidad. Quizá el destino quería hacerle vivir intensa y brevemente la felicidad y la miseria humana. Aunque morir más temprano o más tarde, según el mismo Séneca, es cosa de poca importancia, pues lo que interesa es morir bien o mal. Tal vez en poco tiempo Diana comprendió que la vida puede ser un infierno que se debe soportar y salvar, para buscar luego la anhelada felicidad. Como lo expuso San Agustín, ¿qué otra cosa es una larga vida sino un largo tormento? Es posible que el mismo destino, luego de sus amarguras, le estaba dirigiendo al verdadero día de su exaltación, en un oscuro y transitado túnel parisino. Porque el mismo San Agustín advirtió que la vida feliz no puede ser otra que la eterna, donde no hay muchos días felices, sino uno solo. Concluyen mis cavilaciones en la inmensa tienda por Departamento Harrod´s, en el sector de Knigtsbridge, en Londres, propiedad de la familia Al Fayed, que visité el 20 de Agosto siguiente. En su sótano, especialmente acondicionado, se conserva un Memorial con las fotos de Diana y Dodi, en dos aros entrelazados, y en medio de fuentes y esculturas de aves silvestres y marinas, para también representar la libertad. Resalta el anillo de compromiso que es una estrella de piedras preciosas, de cuatro puntas, y las copas con las que brindaron la noche de su muerte en el Hotel Ritz de París. Recordé, entonces, al poeta Jorge Manrique: “Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos, así que cuando morimos descansamos.”