20070125

DESDE MI JARDIN

ISAAC VILLAMIZAR

Dios hizo el primer jardín. Después que el Señor formó al hombre, plantó un jardín en la región del Edén, que en palabra hebrea significa delicia. Allí hizo crecer toda clase de árboles hermosos, que daban buenos frutos para comer. En Edén nacía un río que regaba el jardín, y que de allí se dividía en cuatro. El primero se llamaba Pisón. El segundo Guihón. El tercero era el río Tigres. Y el cuarto era el río Eufrates. Dios puso en el Edén al hombre que había formado, asignándole su primer trabajo: el de ser jardinero, es decir, debía cultivar y cuidar el Edén. Es posible que el oloroso jazmín, originario de Persia, haya sido la flor más profusa. El Corán, en el Sura 47, utiliza el término Paraíso. Allí los fieles disfrutan de jardines surcados por ríos de leche, agua, miel y vino, y están servidos por hermosísimas mujeres, las huríes.

En Europa se aprecia una cultura – con pasión extrema – por la jardinería pública y particular. Si en los famosos museos de París, Londres, Amsterdam y Berlín se aprecian las piezas más legendarias y renombradas, en los jardines del viejo continente no es menos la belleza de los ornamentos naturales, que deslumbran en verdaderas obras de arte, a través de los vergeles, y que al paso del viandante adornan campos y jardineras. En las calles de la ciudad luz, los balcones de las ventanas de las edificaciones están pródigamente cultivados con novios. En los jardines internos de los hoteles - en jarrones de fina porcelana- resaltan los lirios, las gladiolas y los girasoles. En todas las plazas públicas de los pueblos que se encuentran en la ruta París – Chartres – Paty – Orleáns, hay espléndidas alfombras de pompón amarillo, campanitas de variados matices, capachos, matas de diferentes tonalidades y barbas de león.

Cuando uno ingresa a cualquier pueblo galo, los primeros atractivos a la vista son hermosas redomas de jardines diseñados con excelente gusto, por el colorido de las flores y plantas ornamentales. Al frente de edificaciones públicas, las autoridades locales han cuidado de cultivar, con total armonía, una mezcla de flores y arbustos, setos y pinos, lo que resulta en figuras geométricas y de animales. El nombre del lugar se escribe con matas de té y en letra cursiva; de fondo le sirven matas de repollito. En las aceras de las calles hay materos con base de hierro, de donde desprenden ramos multicolores. Los postes de la luz presentan cestas de barro y metal, con las mismas flores. En el camino que, en 74 Km, une Tours con Le Mans, a ambos lados de la carretera, hay extensísimos sembradíos de girasoles.

En la frontera entre Francia y Luxemburgo, particularmente en la localidad de Longwy, se aprecian balcones con macetas, barandas de flores rojas y geranios, en mansiones rodeadas de un césped muy bien cortado, donde se alzan hermosos pinos. De los puentes cuelgan campanitas. Con razón la capital Luxemburgo ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad. A las orillas de los lagos de Lucerna y Ginebra, en Suiza, pintorescos chalets abren sus ventanas con ramilletes rosados, fucsia y escarlata, resaltando aún más el brillo de la madera, que pareciera tablones de chocolate, cual cuento de hadas traído a la vida real. Castillos medievales están rodeados de hortensias blancas, rosadas y lila. Recordando estos paisajes, en el momento de escribir estas letras, me asalta la reflexión de Cicerón: “Si tienes una biblioteca con jardín, nada te falta.”